La divulgación científica, un plato de segunda para los científicos de primera línea, o eso tratan de hacernos ver.
No es raro que los profesores universitarios, investigadores o médicos hagan de menos a este estilo de comunicación. Es frecuente que lo consideren ridículo y hasta dañino para la digna imagen de la ciencia. Este pensamiento tóxico, lejos de hacer algún bien, daña profundamente la visión que la sociedad tiene de la ciencia y quienes trabajan en ella.
Este vídeo es el primero de una sección de reflexiones que he decidido titular “Mi bilis es tu bilis”. Un título que deja claro el tono que tendrán mis comentarios. Y es que cuando algo me llega al vivo he de soltarlo tal y como lo siento, sin filtros. De hecho, creo que mientras se guarden las formas la vehemencia es la mejor manera de apelar no solo a la razón, sino a las emociones de quien te escucha.
La divulgación es la única herramienta para llevar el conocimiento científico a la población general. La forma de dotarles de la libertad que proporciona el saber. Una manera de proporcionarles esa protección intelectual contra los charlatanes y otros apologetas de las pseudoterapias. Es una forma de visibilizar a la mujer en la ciencia. Una bandera que ondear cuando exijamos mejoras en I+D.
Y lo más importante, la divulgación ha sido uno de los mayores motores de pasión por la ciencia entre los más jóvenes. Para muchos han sido titanes de este campo como Sagan, Stephen Jay Gould, Hawking, Asimov, Oliver Sacks y tantos otros, quienes avivaron una chispa en nosotros.
Esa chispa que pronto se convertiría en un voraz incendio. Ávido de más conocimiento. Un fuego que nos ha empujado a perpetuar modestamente esa magia que es capaz de bajar las estrellas para que las entendamos, que nos puede llevar más allá de lo que nunca podríamos llegar a ver con nuestros propios ojos, a los confines del tiempo. Eso a lo que algunos queremos dar nuestra vida, LA DIVULGACIÓN.
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